«Hoy, tras conocer la noticia de tu marcha, mi mente está dispersa intentando asimilar esta nueva realidad y tratando de enviar un mensaje de amor y afecto a un lugar donde nadie de este mundo puede llegar. Mi voz incapaz de articular ninguna palabra de consuelo y el corazón gritando en silencio inútiles palabras de afecto a quienes desde ayer tienen el suyo roto en mil pedazos tratando de comprender. Silba el viento rompiendo un incómodo silencio. Adiós, amigo. Que tu alma visite las lejanas dunas de la playa a la que tanto quisiste regresar y tu espíritu corra libre de dolor y angustia. Un abrazo eterno.»
Hoy, sin avisar, atrapado por la desesperación, destrozado por una maldita enfermedad, acosado por los fantasmas del cerebro, mi amigo, amigo de centenares de personas, decidió dejarnos. Lo ha hecho. Esta vez lo ha conseguido. Siempre conseguía lo que se proponía, incluso vencer a su enfermedad, aunque fuese una victoria pírrica.
Se enamoró a primera vista y le prometió a mi amiga que se casaría con ella sin aún haber tenido su primera cita. Y se casaron, y tuvieron tres hijos y disfrutaron de miles de momentos de íntima complicidad y lucharon juntos, lejos de miradas inquisitivas, contra una enfermedad que corrompe el alma y destruye personas. Hábil, ingenioso, amigo de sus amigos, deportista, apasionado de las motos, fue el primer gallego en logar terminar el durísimo rally París-Dakar. Lo hizo casi sin medios, sólo él, su moto, su ingenio y su determinación. Y soñó con volver a las arenas del desierto.

Te echaremos de menos, querido Sergio. Pensaremos en ti cada vez que veamos una duna, escuchemos el motor de una Vespa o tengamos que arreglárnoslas para solucionar algún problema mecánico, alguna reparación en casa y como cada verano en nuestras reuniones con los amigos charlando de esta o aquella aventura, brindaremos por ti con la mirada puesta en el cielo.

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