La explosión del vapor Cabo Machichaco el 3 de noviembre de 1893 mientras se hallaba amarrado el puerto de Santander representa una de las peores tragedias civiles en la historia contemporánea de España. Este desastre, causado por un incendio que detonó 51 toneladas de dinamita y garrafones de ácido sulfúrico a bordo del buque mercante, resultó en aproximadamente 590 fallecidos y entre 525 y 2.000 heridos, según diversas estimaciones. La onda expansiva destruyó gran parte del centro urbano, hundió barcos cercanos y dejó a la ciudad «descabezada» al fallecer en el accidente muchas de sus autoridades.
En el siglo XIX, España experimentaba un auge en el comercio marítimo, con vapores modernos facilitando el transporte de mercancías entre puertos como Bilbao, Santander y Sevilla. El Cabo Machichaco formaba parte de esta red de cabotaje, operado por la Compañía Ybarra, una naviera sevillana fundada en 1853. El barco, construido en 1882 en Newcastle upon Tyne, Reino Unido, por Schlesinger, Davis & Co. bajo el nombre inicial de Benisaf para un propietario francés, fue adquirido por Ybarra en 1886 y renombrado. Tenía un tonelaje bruto de 1.689 toneladas, una eslora de 79 metros, manga de 10,3 metros y calado de 5,9 metros impulsado por un motor de vapor compuesto de dos cilindros con 200 caballos de fuerza nominales, alcanzando una velocidad de 8 nudos.

El 24 de octubre de el buque había zarpado de Bilbao llevando a bordo de sus tres bodegas una carga de mercancías peligrosas inusualmente grande, contabilizada como hasta cuatro veces superior a lo normal debido a un brote de cólera declarado en Bilbao que había alterado los horarios de navegación, obligando al Cabo Machichaco a cargar el envío de la semana anterior. La carga consistía en productos de lo más heterogéneo: 1.700 cajas de dinamita de 25 kilos cada una, fabricada en Galdácano, con un peso total de más de 51 toneladas; 20 garrafones de vidrio llenos de ácido sulfúrico1 estibados en cubierta; aproximadamente 1.000 toneladas de vigas de hierro, raíles, clavos y tuberías. Varias toneladas de harina, papel, tabaco y otros productos completaban la carga. El final de la ruta comercial era Sevilla, haciendo escala en Santander para descargar veinte cajas de explosivos.
La epidemia de cólera extendida en Bilbao, obligó a que, siguiendo los protocolos establecidos, el Cabo Machichaco se viera obligado a fondear el 24 de octubre frente al lazareto de la isla de Pedrosa, frente a la ciudad de Santander para pasar la obligada cuarentena. Diez días después, tras una breve inspección, las autoridades sanitarias dieron la autorización para atracar al muelle y comenzar las operaciones de descarga, sin que nadie se imaginase el infierno que apunto estaba de desatarse sobre la ciudad.
Una negligencia común
El capitán del «Cabo Machichaco», D. Facundo Léniz Maza, no informó adecuadamente sobre la naturaleza peligrosa de la carga, violando el reglamento portuario de 1889 que prohibía el atraque de buques con dinamita en el centro del puerto. En su lugar, debía fondear en áreas remotas como la Magdalena o al final de los muelles de Maliaño y descargar la mercancía con la ayuda de gabarras. Esta norma, no obstante, solía incumplirse con el conocimiento tanto de los responsables del puerto como de los del barco. El historiador Rafael González Echegaray califica esta práctica como una «corruptela» habitual para ahorrar a las navieras los «gastos y trastornos» que suponía el uso de gabarras y operar en zonas alejadas del puerto.
Además, al no ser obligatorio declarar la mercancía en tránsito, el capitán Léniz solo notificó la existencia de las 20 cajas de dinamita destinadas a Santander, ocultando a las autoridades portuarias la existencias de las más de 1.700 que seguían viaje al sur con rumbo Sevilla.

El 3 de noviembre de 1893, a las 07:00 horas, el Cabo Machichaco atracó en el muelle saliente número 2 de Maliaño, frente a la actual calle Calderón de la Barca. Durante la descarga de las cajas de dinamita destinadas a Santander, alrededor de las 13:30 horas, se originó un incendio en la cubierta, posiblemente debido a la explosión de un garrafón de ácido sulfúrico. El fuego se extendió rápidamente a las bodegas de proa, las número 1 y 2.
La tripulación intentó apagarlo empleando los limitados medios con que contaban, tarea de extinción a la que pronto se sumarían bomberos locales, el gánguil de la Junta del Puerto y los tripulantes de buques próximos al lugar, como el vapor correo «Alfonso XIII», recién llegado llegado de Cuba el día anterior, con el capitán Francisco Jaureguizar y Cagigal al mando, el buque «Auxiliar nº 5», el buque francés «Galindo», el inglés «Eden» y el transatlántico español «Catalina» de la Naviera Pinillos.

El humo atrajo a una abundante multitud de curiosos, incluyendo autoridades como el gobernador civil Somoza, el alcalde, algunos concejales y el comandante de Marina. Ignorando el riesgo al que se estaban exponiendo, nadie ordenó la evacuación del muelle. Se calcula que a esas horas ya se habían congregado una multitud de unas 3.00 personas. Al haber descargado y transportado fuera del puerto las 20 cajas de dinamita consignadas a Santander, se contribuyó a crear una falsa sensación de seguridad entre la población y las propias autoridades desconocedoras de la enorme cantidad de dinamita almacenada en las bodegas y no declarada en el manifiesto de carga..

A las 16:00 horas, ante la dificultad de extinguir el fuego, se reveló el cargamento de dinamita, pero las autoridades presentes minimizaron el peligro, afirmando que «la dinamita solo arde, no explota«. Tanto autoridades como público tenían la convicción de que la dinamita, al carecer de un detonador, simplemente ardía en contacto con el fuego, pero no explotaría, con lo cual estaban convencidos de que el peligro estaba bajo control.
La decisión de las autoridades de permanecer en la zona, supervisando los trabajos reforzó la falsa sensación de seguridad. La multitud, confiada, se mantuvo peligrosamente cerca, contemplando el espectáculo que ofrecía el incendio del buwue sin que nadie fuese consciente del riesgo que estaban corriendo.
La explosión
Nadie llegó a comprender que se estaban dando las condiciones perfectas para causar un desastre de consecuencias más allá de su compresión. El agua arrojada a la bodega incendiada no estaba sofocando la amenaza, sino disolviendo los estabilizantes de la dinamita, provocando que esta «sudara» nitroglicerina2 pura y altamente inestable. Esta se mezcló con el ácido sulfúrico y el agua del fondo de la bodega, creando una volátil «sopa potencialmente explosiva».
El acceso a las bodegas 1 y 2 incendiadas era una tarea imposible debido a la cantidad de obstáculos que encontraban los bomberos en la cubierta del buque. Así que decidieron abrir un boquete en el casco del barco. Fueron estos intentos de abrir un hueco en el casco empleando mandarrias, unas enormes mazas de hierro, y cortafríos los que actuaron como el detonante.

A las 16:45 horas, las bodegas 1 y 2 de proa explotaron con una fuerza devastadora. La proa del Cabo Machichaco se había desintegrado formando una columna de fuego, hierro fundido y agua que se elevó varios cientos de metros hacia el cielo, provocando un estruendo ensordecedor y un temblor de tierra que sacudió toda la bahía. La onda expansiva propagada por la bahía derribó edificios, lanzó fragmentos de hierro a kilómetros. Un calabrote mató a una persona en Peñacastillo, a 8 km. del lugar. La onda expansiva destruyó una ermita medieval en San Juan de Maliaño a 6 km. de distancia y formó una tromba de agua que arrastró a personas al mar. Sin embargo quedó la popa intacta, conteniendo aún 463 cajas de dinamita en la bodega número 3.
Las consecuencias
El material siderúrgico de la carga del Cabo Machichaco se convirtió en miles de proyectiles mortales que barrieron la ciudad a velocidades increíbles, sembrando la muerte y la destrucción a kilómetros de distancia. La explosión causó daños masivos: destruyó entre unos 70 edificios, incendió más 60 viviendas, que estuvieron ardiendo durante casi más de una semana, y dejó restos humanos esparcidos a kilómetros de distancia del epicentro de la explosión, como piernas y otros miembros y restos humanos en tejados a 2 km. de distancia La ciudad estuvo iluminada por fuegos durante la noche y la bahía se convirtió en un cementerio, llena de cadáveres. Un calabrote, un cabo grueso, del buque fue encontrado en Peñacastillo, a ocho kilómetros de distancia. Unas 60 vigas de 300 kg cada una volaron por los aires y cayeron sobre el tejado de la catedral, situada a más de 200 metros.
En las primeras horas de la noche de ayer comenzó a circular la noticia, vaga primero, agrandada más tarde, rodeada por último de cuantos horrores puede imaginarse la fantasía, de que el hermoso vapor de los señores Ibarra de Sevilla Cabo de Machichaco, tan conocido en Bilbao por hacer la travesía entre nuestro puerto y el de Sevilla, había volado en el puerto de Santander, causando innumerables víctimas. ¿Cuántas? Imposible precisarlo ¿Quiénes eran? Más difícil y aventurado decirlo: sabíase que había muertos y esto era todo»
Crónica publicada en «El Nervión» diario vespertino de Bilbao, el 4 de noviembre de 1893

Se estima que hubo unos 590 fallecidos, incluyendo 300 inmediatos y entre 525 y 2.000 heridos, muchos sufriendo terribles mutilaciones. Murieron 32 tripulantes del Alfonso XIII (incluido su capitán), 27 guardias civiles, el gobernador civil Somoza, cuyo bastón apareció en una playa lejana, el Marqués de Casa Pombo y numerosos curiosos. Testimonios en prensa describen escenas apocalípticas, con crónicas de José Fernández Bremón y Torcuato Luca de Tena.
Semejante hecatombe, la más horrible de las habidas en mucho tiempo entre los humanos, no puede medirse por la estadística ni puede contarse por el libro de entradas del hospital y por las bajas del registro civil.»
Torcuato Luca de Tena, periodista, escritor y testigo de la explosión
La ciudad de Santander, que contaba con una población de aproximadamente 50.000 habitantes en esa época, se enfrentaba a una crisis económica desde 1875 debido a la prohibición de exportaciones de trigo y harina, y la pérdida del comercio con las provincias americanas. Este contexto de vulnerabilidad económica y social agravaría las consecuencias del desastre. La ciudad había perdido en la explosión a la mayoría de sus autoridades, bomberos y fuerzas de orden público, agravando el caos. Económicamente, profundizó la crisis, pero impulsó la creación del Monte de Piedad en 1898 y el Banco Mercantil de Santander en 1907.

No hubo una investigación formal detallada en fuentes primarias, pero historiadores como González Echegaray y Luis Jar Torre atribuyen el desastre a negligencias múltiples. La catástrofe impulsó mejoras en regulaciones portuarias para cargas peligrosas. La conclusión fue que la causa principal estuvo en el incendio iniciado por el ácido sulfúrico, que se propagó a la dinamita compuesta de nitroglicerina, un explosivo altamente inestable al contacto con fuego o agua. La negligencia fue clave: el capitán Léniz no informó sobre la carga, violando regulaciones; las autoridades portuarias omitieron inspecciones rigurosas; y no se evacuó a la multitud pese al conocimiento del riesgo. La falsa creencia de que la dinamita no explotaría sin detonador había contribuido a la falta de precauciones.

La segunda explosión
Cuando pasados seis días de la tragedia se anunció que parte de la dinamita seguía a bordo e iba ser extraída, los residentes huyeron de la capital por millares. Sin embargo, dos días después de haberse comenzado la extracción, la mayor parte de los vecinos habían vuelto a sus casas, no muy tranquilos, pero sin temor a otra explosión. Sobraban motivos para sentir miedo pues, al hundirse el barco, las 463 cajas de dinamita conteniendo 11,5 toneladas de explosivo de la bodega nº 3, habían quedado sumergidas, liberando parte de su nitroglicerina, al igual que había sucedido en la primera deflagración..
Había nitroglicerina por todas partes y, quizás, lo más acertado habría sido hacer volar los restos durante una pleamar, pero se empezó a extraer dinamita bajo la supervisión del nuevo comandante de Marina, C. F Ferrándiz, el nuevo ingeniero del Puerto y otro de la fábrica de Galdácano, hasta el 19 de Febrero de 1894 habían logrado sacar buena parte de la carga y la casi totalidad de la dinamita. También extrajeron una tonelada de nitroglicerina. Pero cuando la temperatura del mar bajó a unos 13ºC el explosivo se congeló, haciéndose aún más peliagudo. Tras plantearse volar entre 2 y 4 toneladas de nitroglicerina restantes, surgieron voces e intereses discordantes, el tema se politizó y el 4 de Marzo se constituyó por Real Orden una Junta Técnica para buscar una solución definitiva.

Tras estudiar varias alternativas, el día 16 la Junta optó por continuar extrayendo carga. Hacia las 20:00 del día 21 de Marzo de 1894 un buzo bajó a la bodega equipado con una «nueva lámpara de cien bujías» y hacia las 21:10 se produjo una explosión que desintegró lo que quedaba del casco a popa de la bodega nº 3, matando a 15 personas, hiriendo a otras 9 y liquidando buena parte del material flotante de la Junta del Puerto que había sobrevivido a la primera explosión. Esta explosión provocó disturbios. Hubo intentos de asalto al Gobierno Civil, las oficinas de la compañía Ybarra y dos de sus buques, y cuando la Guardia Civil salió a la calle con bayoneta calada, fue recibida a pedradas por grupos que hubieron de ser disueltos con disparos al aire. Finalmente se decidió evacuar la ciudad de Santander y detonar lo que quedaba del barco. El cañonero Cóndor de la Armada detonó los restos el 30 de marzo de 1894. Lo que quedaba del Cabo Machichaco se extrajo entre 1895 y 1896 salvo parte de la zapatilla3, que apareció al dragar la zona en 1947 para construir el actual Muelle de Bloques.
La tragedia se conmemora anualmente el 3 de noviembre. Monumentos incluyen una cruz de piedra con escultura de bronce de Cipriano Folgueras Doiztúa en la Plaza del Machichaco (1896, proyectada por Valentín Ramón Lavín Casalís); un panteón en el cementerio de Ciriego por A. García Cabezas; y homenajes del Ayuntamiento. La Real Asociación Machichaco (1958) organiza eventos y publica libros conmerando la tragedia. En 2016, se inauguró un centro de interpretación, y en 2018, Borja Ordóñez García compuso una obra musical. Obras literarias incluyen la novela Pachín González (1896) de José María de Pereda.
- El ácido sulfúrico es un compuesto químico extremadamente corrosivo y cuya fórmula es H2SO4. Es el compuesto químico que más se produce en el mundo, por eso se utiliza como uno de los tantos medidores de la capacidad industrial de los países. El ácido sulfúrico es muy corrosivo, oxidante y deshidratante por lo que en contacto con los tejidos los puede dañar severamente. Incluso una mínima cantidad de ácido sulfúrico en contacto con la piel causaría quemaduras químicas graves. Al contacto con los ojos, puede provocar daño permanente y ceguera. También hay que ir con cuidado de respirar el gas liberado por las reacciones del ácido sulfúrico con otras sustancias, ya que provoca dificultad para respirar y una sensación de ardor en el sistema respiratorio. El ácido sulfúrico por si solo no presenta riesgo de incendio o explosión pero hay que tener en cuenta que puede ser combustible en combinación con otros materiales, incluso con el agua. De hecho, una de las precauciones que hay que tomar al manipular ácido sulfúrico es que este siempre debe añadirse al agua y nunca al revés. Debido a que al diluir ácido sulfúrico se libera mucho calor, si se vertiera agua al ácido sulfúrico podría producirse una reacción exotérmica que provocara incendios o salpicaduras de ácido. ↩︎
- El Trinitrato de glicerilo, o NTG (Nitroglicerina) fue creada en la década de 1840 cuando el químico italiano, Ascanio Sobrero, lo creó agregando ácido nítrico y ácido sulfúrico al glicerol. La inestabilidad de este líquido aceitoso es la razón por la que a menudo era el arma elegida por los villanos clásicos de dibujos animados y fue Alfred Nobel quien combinó el explosivo NTG inestable con un absorbente inerte, kieselguhr (diatomita) , creando una pasta que podía empaquetarse en palos y detonarse de manera controlada. ↩︎
- En náutica, la Zapata (Contraquilla inferior, Falsa Quilla) es el tablón fuerte que compuesto por varias piezas para suplir la longitud necesaria, se asegura con grapas o cívicas a la quilla por su cara inferior para resguardarla. (fr. Fausse quille; ing. False keel; it. Sapata). En algunas embarcaciones y para mayor resguardo se suelen poner dos tablones de estos, los cuales reciben los nombres de zapata y contrazapata. La parte de la zapata inmediata a la roda del buque se conoce como taco de roda. ↩︎
Para saber más:
Practicos del puerto: un desastre a la española
National Geographic: La catástrofe del ‘Cabo Machichaco’ que arrasó el puerto de Santander
Cadena SER: La explosión que cambió Santander: 132 años del desastre del Machichaco
Viajero digital: Crónica de una tragedia anunciada: la explosión del Cabo Machichaco
La corriente del golfo: La tragedia del vapor «Cabo Machichaco»
El Correo: Cabo Machichaco, el buque vizcaíno que causó una tragedia en el puerto de Santander
El Diario.es: 130 aniversario de la explosión del vapor Cabo Machichaco

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